* Escribió un poema horas antes de su homicidio
* El cantautor sometido a simulacros de fusilamiento
* “Le quebraron las manos a pisadas y culatazos”
* Su cuerpo fue abandonado en la vía pública, junto al de otras personas
“’Que tuviera valor, que cuidara a las niñas, que creía que no iba a poder salir del estadio y que pensaba en nosotras’”, fue el último mensaje que Joan Turner Roberts recibió, mediante la llamada de un joven, de su marido: Víctor Jara.
Dos días antes, el 11 de septiembre de 1973, el cantautor chileno había acudido a la Universidad Técnica del Estado (UTE), como parte de su compromiso político y de apoyo al gobierno de la Unidad Popular, y ya no volvió a su hogar. Siete días después, otro joven desconocido visitó a Joan “para notificarle que el cuerpo sin vida de Víctor se encontraba en la morgue donde él trabajaba.
“’Era Víctor, aunque lo vi delgado y demacrado. ¿Qué te han hecho para consumirte así en una semana? Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de una herida en la cabeza y terribles moretones en las mejillas. Tenía la ropa hecha jirones, los pantalones alrededor de los tobillos, el jersey arrollado bajo las axilas, los calzoncillos azules, harapos alrededor de las caderas, como si hubieran sido cortados por una navaja o bayoneta… el pecho acribillado y una herida abierta en el abdomen… las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas… pero era Víctor, mi marido, mi amor’”, escribió Joan Jara en su libro Víctor, un canto inconcluso, fragmento tomado del Cuadernillo Tres. Justicia para Víctor Jara. El Caso Judicial y el rol del sitio de memoria, de la colección titulada Pongo en tus Manos Abiertas, que alberga la Fundación Víctor Jara en su cibersitio oficial.
Casi medio siglo después de aquellos hechos, la Corte Suprema chilena dictó sentencia definitiva, “en fallo unánime”, en contra de siete militares en retiro “por su responsabilidad” en los delitos de secuestro y homicidio calificados en contra del cantautor Víctor Lidio Jara Martínez y del director de prisiones, “a la época de los hechos”, Littré Abraham Quiroga Carvajal, perpetrados en septiembre de 1973, en la ciudad de Santiago, tras el golpe de Estado en contra del presidente Salvador Allende por Augusto Pinochet.
Los condenados son Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana y Hernán Chacón Soto, a quienes se les ratificó la condena de 15 años y un día de prisión, por su autoría en los homicidios; así como a 10 años y un día de cárcel, por su autoría en los secuestros.
De igual forma, al otrora oficial Rolando Melo Silva le fue ratificada la condena de 5 años y un día, así como tres años y un día, por encubrir los homicidios y los secuestros, respectivamente, según el veredicto de la Segunda Sala del máximo tribunal chileno dado a conocer el pasado 28 de agosto de 2023, en el que señala que “se rechazan los recursos de casación interpuestos por las defensas” de los antes mencionados contra la sentencia que dictó la Corte de Apelaciones de Santiago, el 23 de noviembre de 2021, la que por consiguiente no es nula”.
El cantautor, maestro y director de teatro chileno Víctor Jara, nacido en 1932, es un referente internacional de la canción de protesta y uno de los pilares de la música latinoamericana. Fue director artístico del grupo Quilapayún, pero también grabó ocho álbumes de estudio. Entre sus temas más destacados están Te Recuerdo Amanda, compuesta en 1969; así como El Derecho a Vivir en Paz, una pieza de protesta contra la intervención estadounidense en la guerra de Vietnam, lanzada en 1971; y que fue recreada por músicos chilenos en el marco de protestas masivas en contra de la desigualdad social en dicho país en 2019.
“Víctor, hijo de campesinos pobres, ¡era un hombre que amaba la vida! Y buscaba siempre el contenido de sus canciones entre la gente más olvidada en este país (Chile), en las poblaciones urbanas, en las minas, entre los pescadores, las mujeres trabajadoras, entre los campesinos sin tierra y los jóvenes sin trabajo y para los niños vagos era su canción de cuna… Buscaba las raíces de su canto en la cultura propia de este continente, en la historia no escrita de la represión y de la injusticia, en los anhelos más profundos de su pueblo”, escribió la bailarina británica Joan Jara (1994), esposa del músico.
El cautiverio
Tras el golpe de estado en Chile, que derrocó al presidente Salvador Allende, ocurrido el 11 de septiembre de 1973, Víctor Jara acudió a la Universidad Técnica del Estado-UTE, “como parte de su compromiso político y de apoyo al gobierno de la Unidad Popular”, se detalla en el Cuadernillo Tres. Justicia para Víctor Jara. El Caso Judicial y el rol del sitio de memoria. El artista debió permanecer allí “por el toque de queda decretado por las fuerzas militares”, le dijo a su esposa por teléfono. “Fue la última vez que hablaron”.
El comunicado dado a conocer por la Corte Suprema de Chile el pasado 28 de agosto detalla que horas después, el recinto universitario fue sitiado por “efectivos del Regimiento ‘Arica’ del Ejército de Chile”, quienes, por la mañana del 12 de septiembre, “efectuaron disparos de proyectiles de diversa naturaleza contra el edificio central de esa casa de estudios, y luego ocuparon sus dependencias y detuvieron a un gran número de docentes, alumnos y personal administrativo que habían concurrido a ese establecimiento educacional…, personas que fueron mantenidas en el suelo con las manos en la nuca y luego trasladadas en diversos buses hasta el entonces Estadio Chile, encontrándose entre los docentes aprehendidos el cantante popular, profesor e investigador de dicha universidad, Víctor Lidio Jara Martínez”, quien al ingresar al inmueble deportivo “fue reconocido de inmediato por personal militar que se ubicada en el acceso. Fue agredido verbal y físicamente desde su llegada” y llevado al sector de graderías “sin formulársele cargo alguno”.
El documento abunda que “los prisioneros con cierta connotación pública”, entre ellos Víctor Jara y Littré Quiroga, fueron separados del resto, “asignándoseles custodia especial, sufriendo en todo su cautiverio, constantes y violentos episodios de agresión física y verbal por parte de los oficiales del Ejército allí presentes.
En el caso del cantautor, “las agresiones tuvieron como principal aliciente” su actividad artística, cultural y política “vinculada al recién derrocado Gobierno”. Fue “sometido a torturas físicas”. Los golpes “más severos” los recibió en “su rostro y en sus manos”. Ambas víctimas, Jara y Quiroga, recibieron “patadas, golpes de puño y de culata con armas”.
Las vejaciones y el asesinato
Según un testimonio, publicado por el medio TeleSur en 2019, cuando el cantante ingresaba al recinto fue “sacado de la fila con un golpe de culata tan brutal, que cayó ante el militar, quien comenzó a pegarle”.
Boris Navia, uno de los detenidos que atestiguó las agresiones hacia el artista, detalló: “’Lo golpeaba, lo golpeaba. Una y otra vez. En el cuerpo, en la cabeza, descargando con furia las patadas. Casi le estalla un ojo. Nunca olvidaré el ruido de esa bota en las costillas. Víctor sonreía. Él siempre sonreía, tenía un rostro sonriente, y eso descomponía más al facho (fascista). De repente, el oficial desenfundó la pistola. Pensé que lo iba a matar, pero siguió golpeándolo con el cañón del arma. Le rompió la cabeza y el rostro de Víctor quedó cubierto por la sangre que bajaba desde su frente’”.
Diversas publicaciones señalan que compañeros de prisión del intérprete de El Derecho a Vivir en Paz intentaron “ayudarlo a transformar su aspecto” para que no fuera reconocido por los militares, sin conseguirlo.
Por su parte, el documento de la Corte Suprema chilena explica que el artista fue recluido en los camerines subterráneos del Estadio, donde se le sometió a interrogatorios entre los días 13 y 15 de septiembre de 1973, día en el que se organizó el traslado de los detenidos del Estado Chile al Estadio Nacional.
Sin embargo, de la fila de prisioneros fueron separados Víctor Jara y Littré Quiroga y llevados de nueva cuenta a los camerines. “Allí, le quebraron las manos a pisadas y culatazos, lo obligaron a intentar tocar una guitarra, se burlaron del músico, lo abofetearon, lo torturaron. Los militares comenzaron a jugar ‘ruleta rusa’ poniéndole un arma en la sien y dejando cada intento a la suerte, hasta que una de las balas se descarga matando a Víctor Jara”, describe el medio TeleSur en su nota de 2009.
Por su parte, el documento de la corte chilena abunda que en el sitio “se les dio muerte a ambos… a consecuencia de, al menos 44 y 23 impactos de bala, respectivamente, en todos los casos de calibre 9,23 milímetros, según se precisa en los correspondientes informes de autopsia y pericias balísticas, lo que corresponde al armamento de cargo que era utilizado por los oficiales del Ejército que se encontraban en dicho recinto.
Los cuerpos de las dos víctimas fueron sacados del Estadio Chile “y tirados en la vía pública, junto a los cadáveres de otras personas de identidad desconocida, encontrados el 16 de septiembre de 1973 por pobladores que pertenecían a organizaciones comunitarias y sociales, en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano, en un terreno baldío cercano a la línea férrea, los que limpiaron sus rostros y pudieron reconocerlos, los que presentaban diversos hematomas y signos inequívocos de haber recibido fuertes golpes y los múltiples impactos de bala que se detallaron en los respectivos informes de autopsia”.
Los restos fueron trasladados al otrora Instituto Médico Legal, donde por la “fortuita intervención de terceros, pudieron ser identificados, permitiendo a sus familiares más cercanos obtener la entrega para su posterior inhumación”. Hasta ese sitio acudió Joan Jara, quien trasladó el cuerpo de Víctor Jara al Cementerio General – describe el Cuadernillo Tres. Justicia para Víctor Jara. El Caso Judicial y el rol del sitio de memoria– acompañada de “Héctor Herrera, el joven que le había ido a buscar para ir al Instituto Médico Legal, y Héctor Ibaceta, amigo de la familia Jara-Turner”. La fecha de muerte de Víctor Jara se estableció el 16 de septiembre y su música es símbolo de lucha contra la represión.
Medio siglo después, uno de los responsables se suicida
En vísperas del 50 aniversario del golpe de Estado de Chile y del homicidio de Víctor Jara y tras la ratificación de la sentencia a los responsables de la tortura y asesinato del artista por parte de la Corte Suprema, uno de los ex militares condenados se quitó la vida, reportaron diversos medios de comunicación internacional citando al fiscal de flagrancia Claudio Suazo.
El funcionario detalló que personal de la Policía de Investigaciones de Chile (PDI) acudió a la casa del brigadier en retiro Hernán Chacón Soto, sentenciado a 15 años de prisión por homicidio y 10 años por secuestro en contra del autor de Te Recuerdo Amanda y Littré Quiroga, para cumplir con su aprehensión y ser trasladado al penal de Punta Peuco.
En el domicilio, ubicado en la comuna de Las Condes, en Santiago, el acusado se encontraba en compañía de su esposa. Solicitó a los elementos policiales autorización para retirar efectos personales de su dormitorio, sitio en el que se disparó.
La voz de Víctor Jara traspasó los muros del Estadio Chile
Fue a través del abogado Boris Navia, también ex jefe del Departamento de Personal de la Universidad Técnica del Estado (UTE), que la voz de Víctor Jara logró traspasar los muros del Estadio Chile. El testigo relató que durante el cautiverio en el mencionado recinto -entre el 12 y el 15 de septiembre, el cantautor pidió papel, y él le proporcionó dos hojas de una libreta. El artista escribió en ellas, hasta que llegaron dos soldados para separarlo del resto de la multitud de prisioneros. “Aunque logró entregarme los dos papeles sin que se dieran cuenta”, dijo Navia, según el sitio magalico.com
Horas después, el abogado fue trasladado al Estadio Nacional, donde descubrió el último poema de Jara, escrito horas antes de su asesinato y que hoy es conocido como Estadio Chile, Somos Cinco Mil o Canto, que mal me sales.
“Hice dos copias como pude con dos cajetillas de cigarros”, bajo el título “Víctor Jara”, y entregó una a un médico y otra a un estudiante que serían liberados en las siguientes horas, ha declarado en varias ocasiones Navia, quien conservó el original. La réplica del universitario fue ubicada durante su revisión a la salida, por lo que fue obligado a delatar su procedencia. El joven apuntó hacia el abogado, que para entonces, había ocultado las hojas escritas por el propio Jara en las suelas de sus zapatos. No obstante, el poema fue confiscado a base de tortura con descargas eléctricas,
Sin embargo, la copia que llevaba consigo el médico logró salir de los muros del Estadio Nacional y fue entregada a dirigentes comunistas, en ese entonces, ya en la clandestinidad. El escrito fue llevado al extranjero. Una organización guerrillera peronista en Buenos Aires, Argentina, fue de las primeras en recibir el escrito de Jara, que a su vez entregó una copia, ya mecanografiada al periodista chileno Camilo Taufic, detalla el sitio chileno La Tercera.
Otra copia llegó hasta Europa, a través de un grupo de mujeres, esposas de los músicos de Quilapayún, cuando iniciaron su exilio en octubre de 1973 y lo entregaron a Joan Jara, cónyuge del músico chileno, quien lo distribuyó entre algunas figuras públicas, entre ellas el cantante estadounidense de folk Pete Seeger.
Te lo compartimos a continuación:
“Somos cinco mil aquí.
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total
en las ciudades y en todo el país?
Somos aquí diez mil manos
que siembran y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!
Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra el muro,
pero todos con la mirada fija de la muerte.
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?
En estas cuatro murallas sólo existe un número que no progresa.
Que lentamente querrá la muerte.
Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura.
¿Y México, Cuba, y el mundo?
¡Qué griten esta ignominia!
Somos diez mil manos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del Compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.
Canto, que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.
De verme entre tantos y tantos momentos del infinito
en que el silencio y el grito son las metas de este canto.
Lo que nunca vi,
lo que he sentido y lo que siento
hará brotar el momento…”*
* Este poema se encuentra escrito en el libro Víctor Jara, un canto inconcluso,
de Joan Jara, publicado en 1983.
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