Al tiempo que las luces de celular simulaban una mar, apacible, los gritos de “¡otra!, ¡otra!” estremecieron al Auditorio Nacional, pese a que durante más de una veintena de temas, Los Fabulosos Cadillacs ya había hecho vibrar al inmueble la noche del miércoles, en el primero de sus cuatro conciertos programados para celebrar sus 40 años sobre los escenarios.

Consolidado como un referente del rock latino, el colectivo argentino logra una comunión con su audiencia, casi desde el inicio de sus shows, como pocas bandas. En cuestión de segundos, los gritos de entusiasmo convergen en coros multitudinarios que se prolongan más allá de los recintos donde se presentan. Así como ocurrió aquella noche del 19 de noviembre, cuando el clamor de bienvenida a los músicos mientras sonaba el Intro SRF Astral, de pronto se convirtió en un rugido para hacer los honores a Manuel Santillán, el León.

Entonces, llegó Demasiada Presión y los asistentes ya no volvieron a sus asientos, pues la fiesta tomó el recinto por más de dos horas. Las piezas empleadas para calentar motores fueron Mi Novia Se Cayó en un Pozo Ciego, Carmela, El Genio del Dub, seguidas de Piazzolla y CJ, que sirvió para recargar un poco la pila.

De pronto las Calaveras y diablitos invadieron los corazones de la multitud, que no dudó en acompañar a la banda a una sola voz; después llegó el Destino de Paria, con Cartas, Flores y un Puñal -a la que se sumó Coco Cianciarulo- y Los Condenaditos, en una versión de más de 12 minutos, y en busca de la redención se hizo presente con la fusión de rock y cumbia de Padre Nuestro.

El vaivén cadencioso al compás de las percusiones se convirtió en diminutos saltos, como quien se prepara a correr, mientras el Señor Flavio entonó: “I wanna live in America Inmigrante. I wanna live in America” con el tono clásico con el que inicia la pieza “Quiero vivir en América… Quiero morir en América…”. En cuestión de segundos, los saltos cobraron altura y el baile se volvió frenético -tanto como permite la butaca-, en tanto, el V Centenario hacía retumbar, con su coro, cada rincón del recinto: “no hay nada que celebrar”.

La banda oriunda de Buenos Aires ha trascendido las convenciones y se ha erigido como un colectivo innovador, prolífico y de influencia para innumerables artistas; también desafió las fronteras del ska y el reggae para fusionarlos con el rock, el rap y la salsa y, con cuatro décadas de trayectoria continúa encendiendo el escenario, donde quiera que este se encuentre. Cabe resaltar que el grupo cuenta con el récord de asistencia a un concierto en el Zócalo de la Ciudad de México y en esta ocasión tuvieron cuatro fechas sold out en el Auditorio Nacional.

 

La Tormenta, Gallo Rojo y Saco Azul permitieron a la audiencia retomar el aliento para ir Siguiendo la Luna y cantar eufórica durante el Carnaval Toda la Vida. Con la adrenalina a tope y algunas playeras agitadas en lo alto llegaron Mal Bicho y Matador, elegidas para cerrar una velada llena de nostalgia. “Muchas gracias”, dijo Vicentico -en una de las pocas interacciones que tuvo con su audiencia- antes de que la banda abandonara el entarimado.

Sin embargo, apenas se apagaron las luces del recinto, el cantico “oooooh, oh ooh, oh, oh”, que es parte de Yo No Me Sentaría en tu Mesa, comenzó como un murmullo entre las butacas y, mientras cobraba fuerza, cientos de luces de celular iluminaron esa parte del inmueble. Los gritos de “¡otra!, ¡otra!” se fueron intercalando con el coro festivo, y Vicentico, el bajista Sr Flavio, el saxofonista Sergio Rotman, el trompetista Dany Lozano, el baterista Nando Ricciardi, el tecladista Mario Siperman, el bajista y percusionista Astor Cianciarulo y el guitarrista Florian, no tardaron en acudir al llamado para elevar aún más el ambiente con Matador.

Empero, los Vasos Vacíos anunciaron que el final estaba cerca. Te tiraré del Altar fue la confirmación de que la última parada del recorrido, de cuatro décadas de vida resumido en poco más de dos horas, asomaba en el horizonte.

Así, las primeras notas de Yo no me sentaría en tu mesa permitieron afinar la garganta. Enseguida, aquel coro -“oooooh, oh ooh, oh, oh”- hizo trepidar el inmueble a modo de despedida y celebración a una banda que está de manteles largos; y que, tras el espectáculo, prosiguió en los alrededores del recinto cuando la multitud empezó a dispersarse por las calles de ciudad y por los pasillos del metro.

 

También te recomendamos

Cimbran ‘Los Cadillacs’ a la CDMX; rompen récord

(Visited 9 times, 1 visits today)