* Rindieron homenaje a la escritora por su 90 aniversario
* Estudiantes comparten en voz alta sus vivencias durante la crisis sanitaria
* “Muchas mujeres tratamos de sobrevivir a dos contextos: Covid-19 y la violencia de género”: Metztli
Aquella noche, “’lo más impresionante son los zapatos’”. A la mañana siguiente, “al alba”, Elena Poniatowska descubrió “un paisaje después de la batalla. Todavía estaban los tanques, soldados vestidos de caqui haciendo fila frente a un teléfono público. Me acerqué y oí a uno que decía: ‘Pásame al niño. No sé cuántos días nos vayan a tener aquí’, lo cual me dio la dimensión de que para ellos estar ahí era una orden inaudita, inesperada quizá. Me quedé, vi todo y lo que más me dolió, lo que más me impresionó, fue la cantidad de zapatos de mujer, zapatos de tacón zapatos incluso de niños, de jóvenes, tirados en una… había fosas, porque estaban las ruinas prehispánicas”, narró la escritora sobre lo que descubrió la mañana del 3 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas.
“Esa cantidad de zapatos en el suelo te daba la idea de una guerra, de una carrera, de que la gente había escapado como podía. A partir de ese momento, empecé a recoger todos los testimonios de la gente que estaba por ahí, del barrendero, cualquiera. Luego vino a mi casa Margarita Nolasco, que había perdido a su hijo. Se pasó toda la noche gritando su nombre frente a los muros”, continuó la autora con su narración, luego de detallar que fue su “gran amiga, María Alicia Martínez Medrano”, fundadora del Teatro Obrero Campesino, quien la alertó sobre lo ocurrido la tarde/noche del 2 de octubre en Tlatelolco. “Me dijo: ‘Elena, tienes que venir, porque hay muchas manchas de sangre en el suelo, en todos los elevadores han perforado, hay vidrios tirados en toda la plaza y, lo más impresionante, son los zapatos’”.
Después del recorrido de la Plaza de Las Tres Culturas, prosiguió, “me la pasé muchos domingos, acompañada por Guillermo Haro, en Lecumberri, recogiendo los testimonios de Raúl Álvarez Garín, de ‘El Pino’, de Gilberto Guevara Niebla, que no tenía nunca visitas, porque él venía del norte” del país. Explicó que para ingresar a la penitenciaria “te tenías que apuntar en la lista de cada preso. La de Guevara Niebla estaba siempre vacía. Entonces, me decían: ‘apúntate en ella’.
“Bety Imaz, que era la mamá de Carlos Imaz, me dijo que me tenía que cambiar de nombre, pero como yo soy tan poco experta en la traición, en el complot o en la vida política, en la fila le preguntaba: ‘Bety, ¿cómo me dijiste que me llamaba? Porque a la mitad del camino se me había olvidado mi nombre. ¿Te imaginas?”, explicó la también autora de Hasta No Verte Jesús Mío, quien dejó claro que “entrar a Lecumberri era un acto en el que se necesitaba cierto valor, (pues) era muy intimidatorio.
“El que más me ayudó -ya murió- fue Raúl Álvarez Garín, que citaba en su celda a otros presos que me contaban su experiencia. Así fue también con las madres de familia. Una de ellas me decía: ‘pues sí ya me quitaron a mi hijo, ¿qué más puedo perder?’” Te contaban su experiencia, pero muchos me dijeron: ‘tengo miedo, le tengo miedo a Díaz Ordaz. Le cuento, pero cambie mi nombre’. Las madres sí me decían: ‘usted ponga mi nombre’, y así fue. Así hice el libro, que es un libro de todos, un libro público, un libro en el que se recogen las voces de cada uno”, explicó Poniatowska sobre su obra cumbre La Noche de Tlatelolco, tras la inauguración por parte del rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Enrique Graue, de la Fiesta del Libro y de la Rosa 2022 el pasado 22 de abril.
La mayoría de las declaraciones que conforman el libro “fueron recogidas en octubre y noviembre de 1968. Los estudiantes presos dieron los suyos en el curso de los dos años siguientes. Este relato les pertenece. Está hecho con sus palabras, sus luchas, sus errores, su dolor y su asombro. Aparecen también sus ‘aceleradas’, su ingenuidad, su confianza. Sobre todo, les agradezco a las madres, a los que perdieron al hijo, al hermano, al haber accedido a hablar. El dolor es un acto absolutamente solitario. Hablar de él resulta casi intolerable; indagar, horadar, tiene sabor de insolencia”, detalla en la misma obra su autora.
Considerada “el testimonio más completo” sobre el movimiento estudiantil de 1968 y “sobre el crimen de Estado que le puso fin”; este obra -publicada por primera vez en 1971- “cambió para siempre la historia, el testimonio del cuadro costumbrista a estas voces corales que capturó para siempre un momento histórico”, habría dicho sobre él Carlos Monsiváis, según dijo la coordinadora de Cultura UNAM, Rosa Beltrán, el pasado viernes.
Tras explicar cómo surgió ese “concierto coral” llamado La Noche de Tlatelolco, la también periodista animó a los jóvenes universitarios a compilar en un tomo sus vivencias durante la pandemia de Covid-19, las cuales leyeron frente a ella como parte del homenaje que la UNAM le dedicó con motivo de sus 90 años, los cuales cumplirá el 19 de mayo, durante las actividades inaugurales de la feria del libro en el Centro Cultural Universitario.
Una nueva “Noche de Tlatelolco”…
Los organizadores eligieron los testimonios de diversos estudiantes sobre la crisis sanitaria -en los que se develaron temas como la pérdida de seres queridos, la dificultad de equilibrar el papel de madre con la necesidad de trabajar y estudiar al mismo tiempo, la disyuntiva entre dejar de estudiar para buscar un empleo e incluso violencia intrafamiliar-, los cuales serán parte de “un repositorio, una gran memoria” que realiza la universidad, en la que también se compilan obras de danza, teatro y música que registran “este momento tan difícil” que ha tocado vivir a la humanidad.
Entre los textos leídos destacó aquel titulado Confinada con tus agresores, de Metztli Molina, estudiante del Colegio de Estudios Latinoamericanos, que develó un poco de otra crisis por la atravesaron muchas mexicanas durante el confinamiento: la violencia intrafamiliar. “Muchas mujeres tratamos de sobrevivir a dos contextos: Covid-19 y la violencia de género”, detalló la joven, que inició su relato de la siguiente manera:
“Ojalá nunca sepas lo que es ver a tu mamá golpeada. Ojalá ninguna pandemia te obligue a encerrarte con tus agresores: padre, pareja u hermano. Ojalá que hoy no sea marzo de 2020, declaren cuarentena y se cierren las puertas que servían como escape. Ojalá que a dos años de la pandemia los periodistas no informen que más de 600 mujeres llamaron al 911 diariamente denunciando violencia de género en sus hogares.
“Hogar. Hogar. Esto no es un hogar. Cenicero, más bien. Ojalá nunca sepas que se siente huir de tu propia casa. Ojalá no te llames Metztli Molina y debas limpiar sangre que no es la tuya. Ojalá hoy todas las pesadillas se vayan al abrir los ojos.
La estudiante prosiguió: “los vi pelearse a golpes. Lo vi golpear a mi madre. De su boca escuché todas las palabras denigrantes posibles contra su pareja. Y buscando un poco de silencio y alivio, encerrada en la habitación del departamento 201 también escuché a mis pequeños vecinos gritar y pedir auxilio por los repetidos golpes de su padre.
“A partir de la pandemia y a marzo de 2021 han sido asesinadas tres mil 390 mujeres en México. Además, la violencia de género aumentó 27 por ciento y más de 44 mil mujeres han sido atendidas por la Red Nacional de Refugios.
“El asilamiento nos obligó a convivir con los agresores que viven en la misma casa. La experiencia en la pandemia de muchas mujeres, como la mía, transcurrió entre gritos, peleas, golpes, insultos, llantos. Muchas mujeres tratamos de sobrevivir a dos contextos: covid y violencia de género”, enfatizó Molina.
“Para muchas de nosotras la casa no fue un lugar seguro, no fue un refugio, por el contrario, permanecer en ella fue una obligación que puso en riesgo nuestras vidas. Nada nuevo.
“La pandemia solo vino a reafirmar algo que ya sucedía en este país. Las llamadas de auxilio denotaron que los principales agresores eran hombres: novios, parejas o esposos de quienes pedían ayuda. La mayoría de las llamadas denunciaban violencia doméstica, pero también acoso, hostigamiento, violación y abuso sexual. Las víctimas eran mayoritariamente mujeres e infancias.
“Hoy que ha quedado atrás como ruinas de una guerra sin ganadores, sonrío por el hecho de existir y pienso que ojalá que todas las mujeres a mi alrededor tejan, construyan o se dejen encontrar por una red de apoyo y ternura que comience con las amigas, las vecinas, las madres, las tías, la escucha. Ojalá que hoy todo sea un recuerdo. Ojalá que sanes. Ojalá que duela menos. Ojalá que hoy estés viva y puedas contarlo. Ojalá que no tengas que contarlo nunca más.
Después de escuchar de manera atenta a los estudiantes, Elena Poniatowska les expresó que “sería muy importante que se pudiera hacer un libro que recogiera las voces de todos ustedes, de todos los que sufrieron, incluso los que no tuvieron amenazas psíquicas. Creo que sería muy bonito hacer una especie de nueva Noche de Tlatelolco, porque nos puede servir en el futuro, porque puede, además de ser parte de nuestra vida y de la sociología de nuestro país y ser ejemplo para otros que, como el nuestro, han sufrido y no han tenido la oportunidad de hacerse oír.
“Que ustedes escriban es un regalo de ustedes para ustedes, para mí, que estamos aquí, porque finalmente, los escritores ¿de qué escribimos? Claro, a veces de nosotros mismos, pero en general de lo que ustedes son capaces de regalarnos y de comunicar.
“La comunicación es el primer paso del amor. Entonces, todo es un ámbito amoroso y estamos viviendo momentos privilegiados. Para mi van a ser posiblemente los últimos que viva porque ya tengo 90 años, pero podemos recordar una mañana limpia, transparente, en la que estábamos sentados, uno al lado del otro, oyéndonos.
(Porque) “también escuchar es una necesidad enorme que tenemos los seres humanos, que nos oigan. Podemos pensar que tengo que hacer un esfuerzo para entender o aceptar lo que me está contando, pero la comunicación es finalmente el gran libro, se puede oír cursi, pero es verdad, es el gran libro de nuestras vidas”, expresó.
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