Por Alejandro Trejo Martínez
Esta etapa final del 2020 nos deja muchos temas para reflexionar: desde las nuevas formas de manifestarse, las protestas del movimiento Black Lives Matter, debido a la muerte de George Floyd causada por un agente de la policía en Minneapolis, hasta el juicio a Donald Trump, presidente de Estados Unidos, el inicio de su campaña y su derrota.
Un año sui generis que registró millones de decesos en todo el mundo debido al Covid-19, otras formas de vivir, el aislamiento, el trabajo desde casa, así como los esfuerzos descomunales por tener una vacuna que haga posible el anhelo de muchos: volver a “la normalidad”.
Aquella en la que podíamos salir sin temor a contagiarnos de un virus, en la que se convivía codo a codo y mucho más que dos; en la que miles de personas coreaban al unísono una canción de su banda favorita en un concierto, o la porra alentadora en las duelas o en los estadios de futbol.
Canchas que han vivido en duelo casi desde el inicio de 2020. Primero por el impacto de la muerte de Kobe Bryant y su hija Gianna en un accidente aéreo. Después, meses de silencio insondable por sus gradas vacías que están a la espera de ser ocupadas por multitudes otra vez. Espacios que extrañan los gritos de “¡Gol”! o las rechiflas o las mentadas para las estrellas de los clubes.
Y en la última recta del año, la desolación por la partida de El Barrilete Cósmico a la eternidad. Diego Armando Maradona, El Pelusa, dejó la vida terrenal – tras haber sufrido una descompensación cardiaca que le provocó un edema de pulmón- para vivir como una deidad del balompié.
Sobre El Diez habrán muchas polémicas siempre: que si su estilo de vida influía en su juego; que si era tramposo o pícaro al jugar. Lo que es cierto, y más allá de todo esto, es que fue un jugador excelso, de esos que permanecen en el imaginario colectivo, del que incluso hablan aquellos que no tienen al futbol como deporte favorito.
Maradona se convirtió en la musa de muchas esferas, como la música, el cine, la poesía, inspiración de historias -a favor y en contra-, un motivo de creación y referencia. En la literatura no es la excepción, y al nacido en Lanús, provincia de Buenos Aires, Argentina, lo encontramos en un libro que asevera la grandeza del futbol y destaca la intervención de El Diego para reconocer que Dios es redondo.
En la obra, Juan Villoro capitanea un recorrido por interesantes sucesos e historias acerca del deporte de las patadas, su peso y repercusiones sociales, pero la obra no puede estar completa sin al menos hacer una alusión al Pibe de Oro.
En el texto Vida, muerte y resurrección de Diego Armando Maradona, Villoro te hará revivir, a través de su narración puntual, la etapa del jugador en el Napoli italiano, con el que obtuvo los máximos éxitos a nivel de clubes, la ciudad donde conoció la pasta que él sabía que lo haría engordar, lugar en el que ocurrió el primer encuentro de lo que se convirtió en una eterna relación con la señora blanca.
Anécdotas del retiro de su playera en el club napolitano, altibajos en su salud, su último mundial, la película de Kusturica, su programa de TV, La noche del 10, nos llevan a una parte de las entrañas El Cebollita y su Gol del Siglo, pues “Maradona tenía el sello de monstruo. Le bastaba recibir un pase en media cancha para resolver el partido”.
En la obra también encontramos una gran charla que mantuvo Jorge Valdano con Villoro en Madrid en 1998, en la que el futbolista habla sobre su participación al lado de Maradona en el mundial de México 1986: “En la semifinal contra Bélgica, yo había fallado un gol indigno que tuvo muchos efectos secundarios, como se dice ahora, “consecuencias no deseadas”. La primera es que ese gol perdido era la comprobación científica de que ese equipo era Maradona y otros diez que a veces molestaban”.
“Donde ’lo único’ ocurre dos veces”
Muchos recordarán lo que hizo El Barrilete Cósmico en 1986: La gran fiesta de vencer en su propia guerra de Malvinas al equipo inglés un 22 de junio, con la Mano de Dios y el Gol del Siglo, pues el argentino, en un solo partido hace la anotación más tramposa de la historia, pero “seis minutos después inventó el máximo gol legítimo”.
Una hazaña que también puede leerse en Balón Dividido, otra obra de Villoro, en la que resalta como cinco jugadores ingleses quedaron en el camino del argentino antes de encarar al portero y depositar el balón en las redes del estadio Azteca.
Entre las historias y reseñas que se encuentran en este ejemplar, se puede disfrutar de El gol que cayó dos veces, un breve ensayo sobre “el extraño arte del copista” y como Lionel Messi, el 18 de abril de 2007, ejecuta la copia de un gol que, en su momento, parecía impensable e irrepetible. Así, la anotación del jugador del Barcelona sólo puede considerarse virtuosa y convirtió al futbol en la incalculable actividad “donde lo único ocurre dos veces”.
Dos libros, un protagonista (el futbol) y muchos actores (jugadores), entre ellos, uno que jugó como un D10s, que fue idolatrado y venerado de esa forma, un irreverente que dominó al mundo en forma de pelota, y que infortunadamente feneció como cualquier mortal en su residencia de Tigre, en Dique Luján, Buenos Aires.
Dios es redondo y Balón dividido, de Juan Villoro, te harán pasar un rato divertido, mientras revives pasajes de jugadas y acontecimientos sociales y futbolísticos, que te mantendrán al filo de la butaca, como el anhelado gol de tu equipo favorito.
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